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EL BANQUETE
Ya estamos casados, celebramos el banquete y al final de este degustamos el pastel nupcial de postres. El pastel nupcial no siempre fue comido por la novia, ya que al principio lo arrojaban contra ella. Surgió como uno de los numerosos símbolos de fertilidad implícitos en la ceremonia matrimonial, ya que, hasta los tiempos modernos, se esperaba que a un matrimonio le siguiera la descendencia con tanta seguridad como la noche sigue al día... y casi con la misma frecuencia.
El trigo, desde hace largo tiempo símbolo de la fertilidad y la prosperidad, fue uno de los primeros cereales arrojados sobre la recién desposada, y se esperaba de las jóvenes todavía solteras que recogieran todos los granos que pudieran a fin de asegurarse su próximo matrimonio, tal como se hace hoy con el ramo de la novia.
Los pasteleros de la antigua Roma, cuyas habilidades en la repostería gozaban de mayor consideración que el talento de los grandes constructores de la ciudad, alteraron esta práctica. Alrededor del año 2100, empezaron a elaborar pequeños dulces nupciales, que habían de ser comidos, en vez de utilizados como proyectiles.
Sin embargo, los invitados a la boda, disgustados al verse privados de la diversión que suponía rociar a la novia con puñados de trigo, a menudo le lanzaban también estos pastelillos.
La práctica de comerse las migajas de los pastelillos nupciales se difundió a través de Europa occidental. En Inglaterra, estas migas se ingerían acompañadas por una cerveza especial a la que se daba el nombre de “cerveza nupcial”.
Irónicamente, estas prácticas tan austeras, a fuerza de tiempo y de ingenio, y debido también al menosprecio francés por todo lo británico, condujeron al más opulento de los adornos en una boda: el pastel de múltiples pisos.
En la década de 1660, durante el reinado de Carlos II, un cocinero francés —cuyo nombre, por desgracia, se ha perdido— tuvo la idea de hacer unos cuantos bizcochos blancos en un solo pastel de varios pisos glaseado. Es de suponer que los periódicos británicos de la época deploraron este exceso francés, pero, antes de que terminara aquel siglo, los reposteros británicos ofrecían ya las mismas y magníficas creaciones.
LUNA DE MIEL
Después de la ceremonia y el banquete se acostumbra a iniciar lo que se le llama la “luna de miel”. Existe una pronunciada diferencia entre el significado original de “luna de miel” y su actual connotación: un deseable y placentero aislamiento como preludio a la vida matrimonial. El antecedente de este término es una antigua costumbre escandinava, un tanto cínica en su significado, porque el aislamiento al que alude era en otro tiempo cualquier cosa menos deseable.
Cuando un hombre de una comunidad septentrional europea secuestraba a una joven de un poblado vecino, era obligado que la ocultara durante un período de tiempo. Sus amigos le proporcionaban cierta seguridad, y su paradero sólo era conocido por el “padrino”. Cuando la familia de la novia abandonaba su búsqueda, el hombre regresaba a su poblado. Al menos, tal es la explicación popular ofrecida por los folkloristas en cuanto al origen de la luna de miel. Por tanto, luna de miel significaba ocultamiento. Para las parejas cuyo afecto era mutuo, las obligaciones cotidianas de la dura vida que se llevaba en el pueblo no permitían darse el lujo de pasar días o semanas en una placentera ociosidad.
La palabra escandinava equivalente a “luna de miel” procede en parte de una antigua costumbre de Europa septentrional. Los recién casados, en el primer mes de su vida matrimonial, bebían directa mente una copa de vino mezclado con miel. El término “miel” queda explicado. En cuanto a “luna” procede de una interpretación más irónica. Para los europeos del norte, aludía el ciclo mensual de nuestro satélite, y su combinación con “miel” sugería que no todas las lunas o meses de la vida matrimonial eran tan dulces como la primera.
MARCHA NUPCIAL
Hay varios complementos tradicionales en todas las bodas. Uno de ellos es la marcha nupcial. La ceremonia tradicional del matrimonio en la iglesia comprende dos marchas nupciales, debidas a dos compositores clásicos.
La novia avanza hacia el altar al compás de la música solemne y majestuosa del Coro nupcial de la ópera “Lohengrin”, escrita por Richard Wagner en 1848. Los recién casados salen del templo al compás de las notas más vibrantes y alegres de la marcha nupcial de “El sueño de una noche de verano”, escrita por Félix Mendelssohn en 1826.
Esta costumbre se remonta a los regios esponsales, en 1858, de Victoria, princesa de Gran Bretaña y emperatriz de Alemania, con el príncipe Federico Guillermo de Prusia. Victoria, la hija mayor de la reina Victoria de Gran Bretaña, seleccionó personalmente esta música. Mecenas de las artes, tenía en gran estima las obras de Mendelssohn y poco menos que veneraba las de Wagner.
Dada la tendencia británica a copiar los gestos de su monarquía, al poco tiempo las novias de estas islas, tanto las pertenecientes a la nobleza como las del pueblo llano, se dirigieron hacia el altar siguiendo los compases de aquellas piezas, con lo que se estableció toda una tradición occidental.
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